La esperanza es una de las 24 fortalezas que Martin Seligman y Christopher Peterson incluyen en el VIA, Cuestionario de Fortalezas Personales, dentro de la categoría denominada «Trascendencia»: fortalezas que forjan conexiones con la inmensidad del universo y proveen de significado la vida. La esperanza junto con el optimismo y la proyección en el futuro son fundamentales para vivir con ilusión por el futuro estando dispuestos a luchar por él, a esforzarnos por conseguir lo que está por venir.
Las investigaciones revelan que las personas con más esperanza tienen menores índices de depresión y se sienten más satisfechos con su vida, tanto si se trata de jóvenes como de ancianos. También se ha visto que la esperanza nos ayuda a manejar el estrés. Un aspecto especialmente interesante de la esperanza es que se asocia fuertemente con el sentido de la vida, con creer que nuestra vida tiene significado y propósito. También han encontrado que la esperanza influye sobre la recuperación de los enfermos, en casos de personas que han sufrido quemaduras, que tienen artritis, fibromialgia y lesiones de la columna. Parece ser que las personas con mayores niveles de esperanza tienen más capacidad para tolerar el dolor (Rand y Cheavens, 2009).
La esperanza tiene efectos similares entre los deportistas pues se ha visto que el nivel de esperanza de los atletas explica más de la mitad de su éxito en la pista. Incluso, en algunos casos, puede jugar un papel más importante que su habilidad natural para ese deporte (Curry, Snyder et al.1997).
La esperanza se relaciona con muchos otros aspectos de nuestra vida, entre ellos la salud física y mental. Se ha visto que la gente que tiene altos niveles de esperanza tiende a manejar mejor las enfermedades, porque se informa mejor sobre su problema y se compromete más con el tratamiento y la prevención de éstas (Snyder, Feldman et al. 2000).
Además de todos estos datos sabemos que podemos hacer actividades que nos lleven a aumentar nuestro nivel de esperanza.